PREJUICIOS, ¿CREADOS O TRANSMITIDOS?

Hace poco vi un video en YouTube, un video en el que poco a poco iban apareciendo adultos a los que se les preguntaba qué cambiarían de ellos mismos si pudieran. Después aparecían niños a los que se les hacía la misma pregunta, sin embargo, la respuesta dada por los pequeños distaba mucho de la dada por los mayores, pero ¿en qué momento podemos cambiar tanto de opinión?, ¿en qué momento dejamos de gustarnos tanto?, ¿en qué momento comenzamos a tener tantos prejuicios? 

Cuando nacemos todas las experiencias que vamos viviendo, la ropa que vestimos, los lugares a los que vamos, el hogar donde vivimos, la familia que tenemos… Todo lo nuestro es simplemente perfecto. No importa si estamos malitos porque nuestros papás siempre tienen la clave perfecta para hacernos sentir mejor, si tenemos algún problema, alguna duda, los adultos tienen la solución. Sin embargo, llega un momento en el que comenzamos a cosechar prejuicios o miedos al qué dirán, cómo nos verán, o qué pensarán si hago o digo esto o aquello. En definitiva, los comentarios, las formas de actuar o de hablar que los adultos han sembrado en nosotros sin apenas darse cuenta están instaurándose en nosotros.

Casi sin enterarnos empezamos a hacer juicios de valor sobre cómo hacer una cosa o la otra, comentamos y juzgamos lo que hacen otros, si algo está bien o mal, nos comparamos con los demás y comparamos a nuestros pequeños de manera constante. En el mejor de los casos, lo hacemos sin que el pequeño esté delante o nos esté escuchando, sin embargo, en la mayoría de los casos, nos olvidamos de la enorme relevancia que esto tiene en el pequeño y le hacemos incluso partícipe de nuestras críticas. En definitiva, volvemos a sembrar las mismas desconfianzas en nuestros pequeños que en su día otros sembraron en nosotros.

En ocasiones, me gustaría volver a ser niña, perder todos los miedos, olvidar todos los prejuicios y volver a verme tan perfecta como en esa etapa. Probablemente no me asustaría la palabra enfermedad o la palabra distancia. A algunos les asusta la palabra apoyo, o la palabra psicólogo, y a otros la palabra diagnóstico. Somos conscientes de que esas palabras tienen la importancia que nosotros queremos darle, y a pesar de ello, seguimos empeñados en dársela.

Algunos amigos o familiares, cuando saben a qué me dedico, me preguntan cómo es la calidad de los niños que necesitan estimulación temprana y cómo es la vida de sus familias. Todo esto, lo acompañan de una mirada y voz de tristeza pues se piensan que tanto el niño como sus familias viven llorando por las esquinas, lamentándose por todo lo que están viviendo y maldiciendo el momento en el que todo se “truncó”. Sin embargo, como decía Antoine de Saint-Exupéry en su fabuloso libro El Principito: “Si quieres comprender la palabra felicidad, tienes que entenderla como recompensa y no como fin”. Creo sinceramente que las familias a las que he tenido y tengo el placer de conocer, tienen grabada esta frase en su corazón de forma permanente. 

Disfrutan el día a día de sus hijos al máximo y por ello los niños no tienen lugar para la tristeza. No se comparan con otros ni se sienten inferiores, pues no lo son. Tienen unos padres que lo dan todo por ellos, están ahí para recordarles lo bonita que es la vida, quererse y respetarse a uno mismo y sobre todo a dar la importancia justa y razonable a todo aquello que les ocurre, porque uno es feo si se ve feo y alguien está enfermo toda la vida si se siente enfermo toda la vida.Todos los días son un regalo, todos los momentos son parte de él y volviendo a hacer mención al maravilloso libro de El Principito: “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”.

Dejemos que nuestros pequeños lleguen a adultos y sigan viendo con el corazón.

Video: https://www.youtube.com/watch?v=ED2Jlfy7hI0


Lucía Moro Martín

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