Llamamos trastornos afectivos a los problemas relacionados con los estados de ánimo. La depresión y la manía son los extremos opuestos de este espectro afectivo. Son polos separados, por lo que hablamos de trastorno unipolar cuando una persona sólo experimenta el polo bajo o depresivo, y de trastorno bipolar, cuando la persona experimenta, en diferentes momentos, el polo alto (maníaco) o el polo bajo (depresivo). Depresión y manía también pueden darse simultáneamente, y se conoce como estado de ánimo “mixto”.
La depresión es una emoción presente en todas las personas, y que todas experimentan en algún momento de su vida. En ocasiones es difícil distinguir un estado de depresión normal de uno patológico. Aunque cada vez más nuestra sociedad se va concienciando de que la depresión es una enfermedad con una base biológica, todavía hay quien tiene la falsa creencia de que se trata de un defecto de carácter que puede superarse con esfuerzo.
Los criterios diagnósticos de los trastornos afectivos están en constante evolución. Extraemos aquí del DSM-V los criterios diagnósticos para un episodio depresivo mayor. Nos basta con saber que un trastorno afectivo es un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas. Uno de los síntomas es que se produce una anomalía en el estado de ánimo, pero existen otros síntomas como vegetativos (sueño, apetito, peso, impulso sexual), cognitivos (atención tolerancia a la frustración, memoria), control de impulsos (suicidio), conductuales (motivación, placer, intereses, fatigabilidad) y físicos o somáticos (dolores de estómago, de cabeza, tensión muscular…).
Los tratamientos para la depresión son de tipo farmacológico y psicoterapéutico, hay muchas opciones y se puede hallar un tratamiento eficaz para casi todos los pacientes. El objetivo es remitir completamente los síntomas, conseguir estar bien y mantenerse bien. Pero hay que saber que el riesgo de recaída es significativo, y que está aproximadamente en un 50% de probabilidad la recaída tras un episodio de depresión mayor, por lo que es importante que tanto la persona que la ha sufrido como su familia, estén alerta para detectar los primeros signos de recaída y buscar pronto solución si es que se da el caso.
Los fármacos más empleados para el tratamiento farmacológico de la depresión siguen siendo los ISRS (Inhibidores Selectivos de la Recaptación de la Serotonina). Estos ISRS son la Fluoxetina, la Sertralina, Paroxetina, Fluvoxamina y Citalopram. A todos nos suena el Prozac, fármaco que cumple ya 30 años en el mercado y cuyo principio activo es la fluoxetina.
La serotonina es uno de los neurotransmisores implicados en los trastornos afectivos. Es el neurotransmisor que regula el sueño (induce la producción de melatonina), regula el apetito, equilibra el deseo sexual y regula el estado de ánimo. La serotonina se forma a partir del triptófano, que es uno de los aminoácidos esenciales incluidos en nuestro código genético. Pero el triptófano sólo se obtiene a través de la alimentación, por lo que es importante alimentarnos con alimentos ricos en proteínas, que es donde abunda (huevos, leche, cereales, chocolate, pescado…). A no ser que nuestro organismo tenga un déficit anómalo de triptófano, no es necesario suministrarle dosis extras del mismo. Una dieta sana es suficiente para tener el triptófano necesario. Olvidemos los suplementos que no son necesarios y que cada vez más intentan vendernos con spots publicitarios en los que sale alguna persona abatida que tras tomar uno de estos suplementos pasa de tener un estado depresivo al mejor día de su vida. Consumir más triptófano no significa producir más serotonina. Hacemos aquí un llamamiento al sentido común. El efecto de estos suplementos no está probado y puede llevar a algunas personas a la creación de expectativas de mejora del estado de ánimo con su ingestión regular. Para el tratamiento de la depresión no son efectivos.
"La victoria siempre es posible para la persona que se niega a dejar de luchar."
Napoleon Hill