La adolescencia es una etapa temida por muchos padres. Cuando les oyes hablar de cómo sus pequeños se hacen mayores, empiezan con el “pavo”, dejan de jugar con sus antiguos juguetes preferidos, comienzan a interesarse por cosas que irritan a los adultos, no cuentan nada, ya no quieren compartir su tiempo con ellos, y una larga lista de cambios que en nada resultan agradables, te das cuenta de que la adolescencia es para ellos una dura etapa en la que muchos se ven perdidos. Esta etapa comienza alrededor de los 12 o 13 años, y se extiende hasta aproximadamente los 21. El adolescente sufre cambios y se va encontrando en un entorno diferente al de su niñez, de tal forma que a base de ensayo y error, dada su inexperiencia, irá aprendiendo.
Según Mauricio Knobel, los rasgos de la adolescencia son:
- La búsqueda de sí mismo y de la identidad.
- La tendencia a agruparse.
- La necesidad de intelectualizar y fantasear.
- Crisis religiosas, que pueden ir desde el ateísmo más intransigente hasta el misticismo más fervoroso.
- Desubicación temporal.
- Evolución sexual manifiesta.
- Actitud social reivindicatoria con tendencias antisociales de diversa intensidad.
- Contradicciones sucesivas en todas las manifestaciones de su conducta.
- Separación progresiva de los padres.
- Constantes fluctuaciones del humor y del estado de ánimo.
¿Te suenan? Es una larga lista ¿verdad?. El adolescente necesita pautas, necesita que sus padres sean modelos, que sean su guía en ese camino hacia la adultez. Intentará comprobar si los valores que sus padres le transmitieron son correctos, y tratará de relacionarse con sus pares entregándose sin reparos, y exponiéndose así a deslealtades dolorosas y situaciones de riesgo.
Es un periodo de emociones contradictorias que suponen para el adolescente y su entorno una elevada tensión. En nuestra sociedad estamos acostumbrados incluso a dirigirnos a esta etapa como si de por sí fuera despreciable: la edad del pavo, adolescentes rebeldes e insoportables que sólo amargan a sus padres porque es imposible entenderlos, que no respetan nada y no cumplen con ninguna obligación si no se les persigue, que a todo dicen que no, y una larga lista de caracterísitcas poco gratas. Pero esto no es real. Existen adolescentes que rinden bien en sus estudios, que son respetuosos y tienen sueños y proyectos muy valiosos. La adolescencia es una etapa de naturaleza rebelde, pero no debemos generalizar cuando hablamos de mal comportamiento.
La búsqueda de la propia identidad comienza en la adolescencia pero no cesa una vez que finaliza esta etapa, sino que continúa el resto de nuestra vida. Lo que ocurre es que los jóvenes no tienen herramientas suficientes para dar respuesta de forma rápida a preguntas como ¿quién soy?, ¿qué busco?, ¿hacia dónde voy?... Pensemos en un ejemplo. Llegados los 17-18 años llega el momento de elegir carrera. En este momento son muchas las personas que influyen en la elección de una formación académica que guiará el futuro profesional del adolescente. Vemos así casos de profesionales amargados que desempeñan funciones con desgana porque descubrieron su verdadera vocación después de la adolescencia, y no en un momento tan conflictivo como son los 18.
En la relación con los padres, los adolescentes viven como una intromisión el control que éstos tratan de ejercer sobre ellos, y que les impide experimentar su independencia. Así como los niños miden nuestra resistencia con pataletas, los adolescentes nos echarán pulsos en los que medirán hasta dónde pueden llegar sin sobrepasar la autoridad de los padres ni abandonar su individualidad. Cada familia va afrontando las sacudidas diarias, y en ocasiones los padres adoptan actitudes contradictorias y se desbordan. Pero el aprendizaje es bilateral, y con las experiencias tanto padres como hijos sacan una lección en claro. Aunque existen estas tensiones, en general los padres tratan de entender a sus hijos y se emocionan con sus sentimientos altruistas, y muchos jóvenes sienten gran respeto y admiración por sus progenitores y se enorgullecen de sus éxitos o méritos. Tan pronto quieren ser independientes como solicitan nuestra protección y amparo. Rechazan a priori nuestras opiniones, las mismas que requieren más tarde cuando se apodera de ellos la inseguridad. Esta ambivalencia forma parte del crecimiento.
El excesivo autoritarismo de algunos padres y el no aceptar una opinión contraria genera en los jóvenes sentimientos de asfixia e inseguridad. De igual modo hay padres que no saben poner límites, o que a veces rozan la indiferencia, y que provocan fracaso e insatisfacción que los jóvenes acaban echándoles en cara, por el sentimiento de abandono que les genera.
Durante la infancia, los niños idealizan a sus padres, que son para ellos perfectos, sabios, fuertes. Pero una vez que llega la adolescencia y comienzan a tomar conciencia de las limitaciones humanas, despoja a sus padres de todas esas virtudes y comienza a devaluar su imagen. Es un proceso doloroso al principio, pero que le sirve para comprender que mamá y papá no son superman. A partir de entonces se da un acercamiento en la relación con un diálogo más cercano a la igualdad.
Vuestro hijo adolescente quiere libertad, quiere sacar sus propias conclusiones, que le escuchen con respeto y atención, que le den consejos cuando los pide, y que le tengan en cuenta. A veces pensamos que no tienen edad suficiente para hacer ciertas cosas, y el temor y la sobreprotección sólo llevará a nuestro hijo a aumentar su rebeldía y a sentir que es un eterno futuro de la sociedad, pero nunca un presente, que no tiene las ventajas de ser un niño, ni tampoco los privilegios de un adulto, y se sentirá diferente y excluido de un mundo en el que ellos no cuentan.
Qué difícil ser adolescente ¿no te parece?
Fuente:Knobel, M., Aberastury, A. (2004), La adolescencia normal. Un enfoque psicoanalítico (México), Paidós Educador.